Papá, ¿por qué en tu ONGD hablan tan raro?

Los que formamos PeroGrullas, incluso mucho antes de serlo, ya debatíamos sobre el tema del lenguaje en las ONGD. La pregunta que nos hemos hecho cientos de veces es: ¿por qué se empeñan en hacer una comunicación tan compleja llena de palabras que el gran público no entiende? Siguiendo con ese debate no cerrado, Carmen nos puso como “tarea” reflexionar y escribir al respecto. En los últimos días, por tanto, he estado dándole vueltas al tema, recordando ideas de gente con la que he hablado de ello y tratando de ordenar algunas mías. Partiendo de la base de que todo el mundo (o casi todo) comparte el problema, he llegado a la conclusión (ya me diréis si estáis de acuerdo) de que hay dos tipos de causas. Unas vinculadas a las personas que forman las entidades y otras directamente vinculadas a las propias organizaciones.

Empiezo por las primeras, las que tienen que ver con las personas, especialmente con los empleados y empleadas de las ONGD. Como escribí con motivo de la polémica de las coca – colas de Ramón Espinar, aunque lo más habitual es que se muestre (mostremos) a las personas vinculadas a estas entidades como super hombres y super mujeres miembros de una clase de seres especiales, solidarios y coherentes cada segundo de su vida, la realidad es que somos gente normal. Como tales hemos recibido una formación con claras orientaciones al mercado y, seguramente sin querer, hemos aprendido e incorporado a nuestro lenguaje habitual una serie de conceptos complejos que tienen como objetivo, entre otros, cerrar las puertas de nuestro “negocio” a otras personas. Los economistas hablan de TAE y TIN, los de marketing de posicionamiento SEO, los diseñadores de pixeles o los arquitectos de puntos de fuga para que el resto no les entienda, para cerrar su mercado. Incluso un amigo hace ya algunos años me decía que en su master de diseño tenía varias sesiones en las que les enseñaban a “hablar raro” para engordar las facturas a sus clientes. Esas dinámicas incorporadas en el periodo educativo se reproducen a lo largo de la vida profesional como algo natural, y se traducen en nuestro caso en ese lenguaje complejo de enfoques de derechos, coherencias de políticas y demás. No digo que tengamos un interés comercial cuando comunicamos, más bien es que durante años nos lavaron el cerebro con un funcionamiento del mundo del que es difícil escapar.

También relacionado con las personas, nos fascinan las palabras complejas. Hace algunas semanas, en Futuro en Común, alguien habló de necropolítica. Inmediatamente,  el auditorio con los ojos como platos por el descubrimiento, comenzó a darle a los 140 caracteres con el dichoso término. Por supuesto, posteriormente ya lo he oído alguna vez más en otros espacios, otro «palabro» que incorporamos a nuestro «diccionario de lenguaje para todos los públicos». Parece, además, que como colectivo asociamos palabras complejas con éxito, con personas referentes, así que al final todo el mundo acaba utilizándolas. Invéntate cuatro palabras raras, suéltalas si te invitan a un seminario, díselas a tu jefe o sácalas a relucir en tu próxima entrevista de trabajo, que llegarás alto.

Vamos ahora a ver qué pasa con las organizaciones. Lo que pasa es sencillo. Desde mi punto de vista, es que no hay recursos en general y mucho menos para lo que tiene que ver con la comunicación (si no está orientada a la captación) y la Educación para el Desarrollo como creo que queda bastante claro en el análisis que hice hace no mucho en mi blog. La falta de recursos se traduce en que no hay margen para pensar en una comunicación diferente. Por tanto, la inercia nos lleva a lo de siempre. Para romper con esquemas incorporados desde hace años en nuestro día a día hace falta tiempo, sobre todo al principio. Sin tiempo para pensar todo seguirá igual. Si nuestra persona de EpD es además responsable de comunicación, voluntariado y de vez en cuando echa una mano al equipo de proyectos es imposible que innove. Si nuestra responsable de incidencia tiene que hablar hoy en Naciones Unidas y mañana por la mañana en una radio sin tiempo para pensar en el público objetivo, acabará utilizando un registro inadecuado en alguno de los espacios (con toda probabilidad la radio). Lo mismo ocurre con los materiales. Como los recursos escasean, queremos que el folleto, el video o la publicación sirvan para todos los públicos, para la profesora universitaria y su alumno, para el  experto y para el que pasa por la calle. Evidentemente eso es imposible, así que alguno se queda fuera. Nuevamente, lo más habitual es que sean el estudiante y el ciudadano de a pie.

Pero no es solo un tema de recursos, es también de cultura organizativa. Las resistencias al cambio son importantes en el sector, así que, al contrario de lo que numerosas empresas, no hemos hecho la transición hacia la idea de que “la comunicación ha pasado del becario al CEO” o que hay que invertir el 20% del esfuerzo en generar contenidos y el 80% en difundirlos (seguimos centrados en el producto más que en su difusión y uso).

Con visiones como esas y sin recursos el resultado es el de siempre, es casi imposible salir de la inercia del lenguaje complejo y poco adaptado a la realidad de los públicos objetivo. Las consecuencias ya las conocemos.

Y, vosotros ¿qué pensáis? Comentarios, nuevas aportaciones y críticas bienvenidas.

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