Llevo varios días dándole vueltas a una idea. Como lo dice el encabezado, es la idea de la compatibilidad de la vida con la economía actual.
Nadie imaginaba cómo iba a ser el Estado de alarma, o cuánto tiempo iba a durar. Desde que empezamos el confinamiento y medidas de distanciamiento social en España, se han implementado también medidas para la «flexibilización de los horarios laborales», o para «favorecer la conciliación familiar y laboral».
Estas se hicieron necesarias en parte porque vivimos en un país donde muchos de los trabajos de cuidados recaen sobre nuestros mayores. Pero también porque con el cierre de las guarderías, escuelas, institutos y demás, y la certeza de que la población más vulnerable debía permanecer aislada, en la mayoría de los casos obligó a las madres a volver a casa. En las familias monoparentales, además, de forma indiscutible.
Me encontré la primera semana intentando acoplar la vida laboral con estas medidas. Viendo a compañeras escribir correos a las 2 o 3 de la madrugada porque durante el día tenían que atender a sus descendientes. Reuniones con criaturas de no más de 2 años reclamando atención. Familias preocupadas por el estrés que notaban en sus criaturas -por el encierro, que no por la falta de atención. Exceso de actividades para las y los adolescentes para intentar cumplir con sus obligaciones – mientras sus familias intentaban compaginar esto con el sacrosanto horario laboral-. Y un largo etcétera.
Esto se convirtió rápidamente en una nueva rutina. El día a día de muchas personas. De esa misma forma, se convirtió también el reclamar medidas de protección de la conciliación.
En esto último, me he encontrado con documentos que reivindican más medidas para la protección del empleo (con enfoque de género). Demanda del reconocimiento del trabajo femenino en época de COVID. Mujeres que hacen auténticos malabares para cumplir con su triple jornada (y asumiendo el doble o el triple de carga porque van de reunión en reunión y todo es más urgente). Más y más medidas para que se reconozca a los cuidados como un trabajo, en la lógica de la economía imperante.
La COVID se ha metido en nuestras casas y ha hecho de la vida doméstica y cotidiana un asunto público, relevante. Aparentemente.
Nuestras rutinas se han visto alteradas y nuestro refugio del sistema, nuestro hogar -para aquellas personas que tenemos suerte de tenerlo- empezó a ser un instrumento más de la economía. Ahora, y por el momento, ya no tenemos a donde huir de lo mundano.
La idea de las incompatibilidades que me ronda la cabeza la resumiré en 3 postulados:
1. No habrá cuidados en el capitalismo
Mi principal conclusión después de 40 y resto de días en confinamiento es que los cuidados no son compatibles con el capitalismo. Como tampoco lo es la sostenibilidad ambiental, la felicidad o el bienestar, que no es lo mismo que el ritmo o el nivel de vida.
No sé trata de pedir más horas para conciliar, poner a nuestras familias en manos de terceros, o hacer malabares para cumplir con horarios y jornadas. Sino de entender que lo más preciado que tenemos en la vida es la vida misma. Esto significa que una reclusión involuntaria no debería de servir como excusa para hacer más y demostrar que hacemos más. Sino para parar y cuidar de la vida. De nuestra vida.
¿Y qué pasa con la economía?
«Si las pérdidas económicas son descomunales sin un parón total, si hubiéramos parado sería el caos».
La afirmación anterior ratifica que el mundo está pensado para servir a intereses económicos y no para cuidar de lo que verdaderamente importa. Esto tiene difícil arreglo, pero conviene que lo reflexionemos al menos.
Todo en la vida es un inmenso negocio. ¿Es posible pensar en otro tipo de economía donde la vida no sea parte de ese negocio?
2. La COVID y sus medidas de contención están pensadas para el primer mundo
Decía Benedetti que hay muchos sures en el norte y muchos nortes en el sur. Esta evidencia de la desigualdad es hasta tal punto cierta que demuestra que las salidas del COVID y las medidas de contención son incompatibles con la mitad del mundo.
Las economías de subsistencia, entendidas tanto como la de los países empobrecidos como la de las familias en situación de vulnerabilidad o pobreza en cualquier parte del mundo, no tienen forma de garantizar su bienestar sin ayuda de terceros.
La necesidad de la cooperación entre personas y entre países es, indudablemente, la única vía para mitigar estas desigualdades. Esta visión, sin embargo, también responde a un modelo economicista. ¿Cabría imaginar un mundo donde los intereses no fuesen la acumulación desmedida de la riqueza, y en cambio fuese el bienestar global compartido?
3. Fragilidad de los medios de vida
Hemos ideado un mundo interconectado e interdependiente donde el mal repartido bienestar depende y se sostiene de sistemas frágiles. Estos van desde un sistema de explotación agroindustrial en países lejanos para alimentarnos, hasta mecanismos donde en función de nuestra capacidad de pago podemos externalizar los cuidados en terceros.
Nuestros medios de vida son incompatibles con la economía moderna. Esta incompatibilidad es más difícil de explicar, pero podría compararse con un elefante haciendo piruetas trepado en un castillo de naipes mientras juega con 3 pelotas a mantener el equilibrio sobre una pata.
Dependemos de otras personas que viven lejos. Éstas dependen de sí mismas o de su entorno cercano. Pero también dependemos de empleos precarios, del trabajo de otras personas para poner comida en nuestras mesas, de una economía de explotación del medio ambiente y de los recursos… de intereses que nos gobiernan y que no necesariamente son los mejores para el conjunto de la sociedad.
Un sistema que aparentemente funciona, hasta que se saca una carta de la baraja y vemos el efecto dominó.
Pensar y hacer las cosas de forma distinta mientras nos dure el encierro no es la única respuesta. Tenemos que salir de esto con la complicidad y apoyo de todos, pero también pensando en lo frágil de nuestro ecosistema vital.
Es personal y es político
Lo anterior son reflexiones que puede que tengan sentido o no. Pero son reflexiones que tratan sobre lo que estoy viviendo y atestiguando en el confinamiento.
Son reflexiones mundanas y cotidianas. Tan cotidianas, que so personales. Son tan personales, que son políticas. Y son tan políticas que merece un alegato, un manifiesto o cuanto menos, que nos paremos a pensar en ellas.
Quizás son sólo perogrulladas, pero me las van a permitir… de eso va este blog.