Cuando los hombres se sientan a hablar

Esta reflexión la escribí antes del 8 de marzo. El contexto: estábamos en una reunión de varias personas y varios colectivos para presentar las actividades del 8 de marzo. Una estructura muy clásica: mesa de presidencia, ponentes, público, auditorio. Os comparto los pensamientos que me asaltaron en ese momento.

Los hombres se sentaron a hablar.

En esta ocasión se sentaron para hablar de los derechos de las mujeres. A hablar del 8 de marzo y lo muy importante que es este día. Es como un despotismo ilustrado, solo que machista.

Una réplica exacta, o quizás copia carbón o imitación de museo. El formato de la reunión, las estructuras,  los modelos, el uso de la palabra, de los espacios, y de los tiempos. Pusieron en práctica, solo que desde la apropiación del feminismo, todo aquello que nosotras queremos desmontar.

Ellos llegaron tarde, ellas llegaron pronto por si había que colocar la sala. El lenguaje corporal también ayudó: ojo que viene el jefe y estas en su sitio (en la mesa presidencial)… desplázate a un lado para que él tenga espacio. También nos dejamos usurpar nuestro sitio para hablar de las mujeres… total, ellos saben expresarse mejor, son más contundentes, lo saben hacer mejor y nosotras tenemos pánico escénico.

Y no es que no estuviéramos en ese espacio: estábamos, ¡estamos! Pero en formato de cuota: la mesa de ponentes (y necesitamos una mujer por eso de la igualdad); las portavocías (y una mujer por si acaso, pero ellos son los primeros en responder). ¡Somos la cuota! Pero es que en el orden del día o la agenda, para hablar de las mujeres, los ponentes eran hombres (menos la cuota)… les cedimos más tiempo a ellos para expresarse, y a ellas las interrumpimos cuando se extendían (porque ya no quedaba tiempo y teníamos que ir acabando). O los hemos puesto por delante en la apertura y en el cierre. Aunque si se hacía tarde: cierra tu, que ya se habrá ido la mitad de la gente.

Nuestro tono de voz al intervenir era más suave, o incluso bajamos la voz porque no vaya a ser que nos tildaran de agresivas. Guardamos silencio mientras ellos repetían la exposición del anterior, se felicitaban mutuamente por sus exposiciones, y reforzaban el status quo: estamos en un mundo de hombres.

Pusimos su nombre antes que el nuestro. Pedimos perdón al hablar… y miramos hacia abajo cuando conseguimos finalmente expresarnos.

Ellos hacen suyo un problema que es nuestro. La discriminación y el patriarcado les afecta. Nos dicen o, mejor dicho, nos explican cómo lo sufren.  Y nos dicen los datos de cómo les afecta. Nos dan espacio para denunciar, pero mañana todo volverá a la normalidad. Total, se sentaron ellos para hablar de nuestro problema.

“El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”. ¿Será que esta frase de Simone de Beauvoir tiene sentido? Luego acabó la reunión.

Seguimos pensando y contando datos de cómo somos víctimas. Y no es que no haya estructuras que nos oprimen. Es que nos adueñamos y repetimos el mantra de forma indiscutible: “somos víctimas solo por el hecho de ser mujeres, y más aún por serlo”. Pero,  ¿y si cuestionamos esta narrativa? ¿y si cuestionamos la base de estas estructuras opresoras?

Llegará un día en que esto cambie. ¿O no? Nos definiremos a nosotras mismas,  con nuestro nombre, desde nuestro espacio. Diremos mujer, libre, independiente, luchadora, triunfadora, sexual, segura, líder,  trabajadora y, por qué no, emotiva también.

Con nuestra voz y opinión. Mientras tanto, la lucha sigue. Y no recogeré su taza o colocaré su silla cuando se acabe la reunión. Ni me dejaré amedrentar por sus interrupciones o lecciones.

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